Habíamos pedido nuestras dos copas, ginebra con limón para mí y ron cola para mi compañero de vicisitudes discotequeras, cuando aquel tipo me tocó el hombro. Al girarme me saludó con un efusivo «¡amigo mío!» y entró brusca e irremisiblemente a formar parte de nuestro repertorio de historias que contar.
Miré extrañado al desconocido, correspondiendo a su abrazo en un acto reflejo. Al notar mi perplejidad, me guiñó un ojo y ladeó la cabeza señalándome algo a su izquierda.»Nosotros somos dos, he observado que vosotros también, y ellas, mi querido viejo amigo, son cuatro. ¿Qué os parece organizar un frente común?»
¿Qué nos iba a parecer? Llevábamos ya tres rondas corriendo por nuestras venas y los calores de aquel antro nos habían obligado a enloquecer con tanto escote y pseudocinturon ancho que trataba de pasar por minifalda. Mi recién estrenado amigo me leyó la cara como si me conociera de toda la vida, se colgó de mi hombro y obligándome a girar hacia aquellas cuatro féminas perdidas y anhelantes en la barra de la discoteca, me espetó un travieso «¿cuál te gusta?». Aquella noche iba a arder Troya, lo sentía en mi espina dorsal. «La de la minifalda tableada. Parece una colegiala…». Por su gesto lascivo y cargado de complicidad, deduje que bajo su punto de vista era una buena elección. Me miró, sonrió para sus adentros y se lanzó al círculo que habían formado las chicas como un valeroso gladiador irrumpiendo en la arena, dispuesto a lidiar con el grupo de fieras de turno.
Observé mientras tanto que el compañero de mi nuevo mejor amigo había entablado conversación con mi acompañante real, y los dos reían a carcajadas, quizás compartiendo profundas complicidades forjadas en dos minutos de honesta y sincera relación. Así, me encontré cavilando sobre cómo el alcohol podría llegar a recetarse para casos especialmente severos de timidez, cuando vi a mi recién adquirido amigo sacando del grupo de cuatro mujeres al capricho morboso y colegial. Tiraba decidido de sus dos menudos brazos, y así recorrió los dos metros que nos separaban, plantándondola acto seguido ante mis narices. «Éste es Fernando, el viejo amigo del que te hablaba». Volvió a guiñarme un ojo complacido, orgulloso de sí mismo, y sin más se largó.
Miré a la chica con atención por primera vez, y comprendí el motivo por el que había salido aquella noche. Sonreía con estudiada timidez, y me miraba con la cabeza ligeramente gacha, provocadora, irresistible. Observé sin disimulo su cuerpo menudo, firme, y cómo sus manos jugueteaban la una con la otra. Frente a esa aparente delicadeza con la que se presentaba ante mí, su pelo, ni largo ni corto, moreno, enmarcaba unos ojos marrón miel que clavaban en los míos con decisión y fijeza.
Ambos sonreíamos, divertidos, y no había mejor señal posible. Terminé la faena por el camino rápido, que no el más fácil: la sinceridad.
– Je, verás, no conozco de nada a ese tipo. Bueno, hasta hace dos minutos no sabía ni que existía. Ha salido de la nada; no sé qué te habrá dicho, pero estás aquí… – ella reía, yo no acababa de saber por qué – …asi que ahora tienes dos opciones: o besarme inmediatamente, o besarme después, porque lo único que sé sobre esta gente es que no van a dejarnos en paz hasta que lo hagas.
Hizo una pequeña pausa, y estalló en una carcajada contenida, sin dejar de mirarme. Proseguí.
– Por cierto, ¿cómo te llamas? – yo apenas podía contener la risa.
Entonces, sus labios compusieron una expresión nueva. Sus pupilas adquirieron profundidad. Su diminuta mano trepó hasta mi cuello, ciñéndose a él, poderosa, y me atrajo hacia su boca, poco a poco. El tiempo ralentizó su marcha mientras intercambiamos aquel momento. Por un instante fuimos una sola intención. La música, los gritos, todo sonido a nuestro alrededor redujo su intensidad, quedando fuera de nuestra burbuja de complicidad. Susurró su nombre antes de fundirse conmigo en nuestro primer beso.
Hoy, mucho tiempo después de aquel episodio, no recuerdo ese nombre, y aún menos el de esos dos desconocidos que lo hicieron posible. Hubo más extraños encuentros con otras muchachas de inicales y rostros perdidos en el olvido. Ahora no obstante todo ha quedado sepultado bajo el peso de tu ser. Desde que te conocí sólo sé pronunciar hoy tu nombre, ese que ha transformado mis noches.
Pero esa es otra historia.
Read Full Post »